En casi todas las etapas de desarrollo de las sociedades humanas, ha existido la necesidad de intercambiar bienes y servicios. Con la mayor complejidad de los sistemas productivos, el trueque tradicional dejó de ser útil, por lo que se hizo necesario recurrir a instrumentos que representaran valor y fueran aceptados socialmente. Del intercambio de materias primas, se evolucionó al uso del papel moneda, y de ahí, saltamos hasta el nuevo gran hito de la economía global del siglo XXI: El nacimiento de las divisas virtuales; un valor intangible, tremendamente volátil, incontrolable hasta la fecha por ningún organismo gubernamental, y cuyo potencial es tan inmenso como los interrogantes que plantea. Bitcoin, Ethereum y Ripple son las tres principales criptomonedas que han dado lugar a un nuevo paradigma financiero a escala mundial.
Pero conozcámoslas una a una:
Bitcoin
Nació en 2008, en el contexto del crash financiero que llevaría al mundo a una crisis por la que aún se tambalea. Está acuñada con un programa de código abierto donde cualquiera puede editar el software. En 2017, el valor del bitcoin alcanzó su máximo histórico de 20.000 dólares por unidad, aunque su alta inestabilidad le ha llevado a experimentar caídas de entre el 20% y el 50%, que después vuelve a recuperar.
Por otra parte, sus orígenes están relacionados con la delincuencia organizada. La falta de control de las autoridades disparó su popularidad entre criminales de todo el mundo. Hoy en día, de hecho, su uso por parte de contrabandistas, delincuentes sexuales, blanqueadores de capitales y evasores de impuestos, preocupa enormemente a organismos como la Europol o el FBI.
Al igual que el oro, se trata de un bien escaso: Sólo hay 21 millones y, hasta la fecha, se han extraído cerca de 17 millones. A un ritmo de 25 bitcoins cada 10 minutos, el momento en el que se alcance la “cifra mágica” cada vez está más cerca. Quedan pocos, y cada vez es más costoso conseguirlos. Su precio, por tanto, va creciendo en la medida en que lo hace la dificultad de obtenerlos.
La capitalización del bitcoin alcanza hoy los 305.000 millones de dólares (mayor que la de Visa). Personas como Kenneth Rogoff, profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard, se preguntan si no estaremos ante la mayor burbuja del mundo.
Ethereum
Es la segunda criptodivisa por volumen de capitalización, alcanzando los 80.500 millones de dólares. Su principal diferencia con el bitcoin, es que no existe un número máximo de estas divisas.
Su creación se consiguió gracias a una plataforma de financiación colectiva que comenzó en agosto de 2014, pero hubo que esperar 11 meses para su salto al mercado.
Ethereum usa como divisa interna el ether, la criptomoneda descentralizada subyacente que sirve para ejecutar los contratos del mismo. A este respecto, Ethereum no es como la mayoría de las criptodivisas existentes, ya que no es solamente una red para reflejar las transacciones de valor monetario, sino que es una red para la alimentación de los contratos basados en Ethereum. Estos contratos de código abierto pueden ser usados para ejecutar de forma segura una amplia variedad de servicios, entre los que se incluyen: sistemas de votación, intercambios financieros, plataformas de micromecenazgo, propiedad intelectual y organizaciones descentralizadas autónomas.
En 2017 ethereum se revalorizó cerca de un 10%, pasando de los 7,35 dólares a los 723,28 por unidad.
Ripple
Su capitalización alcanza un valor de 30.224 millones de dólares. Esta moneda se basa en la posibilidad de encadenar pagos a través de redes de confianza abiertas. Su principal ventaja es que no depende de una institución que tome decisiones de política monetaria, sino que son los propios participantes quienes asumen esta función de manera democrática. Es decir, la red Ripple es un servicio de red social basado en el honor y en la confianza entre las personas. De esta manera, el capital financiero se sustenta en el capital social.
Su falsificación o duplicado, al igual que en el resto de divisas, es imposible gracias a la tecnología blockchain que emplea un sistema criptográfico.
No es “oro digital” todo lo que reluce
Es importante no perder de vista que las criptomonedas carecen de seguridad jurídica o regulación, y ante un robo de un monedero virtual (el programa donde se guardan las criptomonedas) no se puede acudir a nadie. En 2014 y 2016 los piratas informáticos asaltaron las casas de cambio Mt.Gox y Bitfinex y desvalijaron 440 millones de euros en divisas virtuales. Bajo esta tempestad, muchos inversores protegen sus monedas almacenándolas en dispositivos sin conexión a Internet.
Según Steve Strongin, jefe de análisis de inversión de Goldman Sachs, las criptomonedas carecen de poder de permanencia a largo plazo debido a los lentos procesos de transacción, los problemas de seguridad y los altos costos de mantenimiento.
Un dato especialmente relevante es que cada transacción de monedas virtuales consume una enorme cantidad de electricidad. La plataforma Digiconomist revela que la minería conjunta del bitcoin y ethereum consume más energía que países como Jordania, Islandia, Omán o Siria. Solo el bitcoin copa el 0,12% de la electricidad del planeta. Además, por cada moneda extraída se emiten a la atmósfera entre 24 y 40 toneladas de CO2.
Sin embargo, parece imposible ignorar que esta sofisticada gramática de programación esconde una veta de más de 245.000 millones de dólares, capitalización actual de las criptomonedas. Su uso cada vez más extendido implica un giro radical en la forma en que se desarrolla la actividad económica, y las numerosas posibilidades que plantea dejan entrever un cambio de rol de los entes gubernamentales e instituciones bancarias.